Tras unas 4 h de ferry en las que, para variar, me quedé sobado llegamos al puerto de Coron. En la dársena, ¡casualidad de las casualidades!, ¡me encuentro con Alex! Un amigo francés que había conocido en mi viaje por Myanmar. Él realizaba un viaje muy largo por Asia (de hecho, nos habíamos reencontrado en Saigon) y ahora estaba de paso por Filipinas. ¡Definitivamente el mundo es un pañuelo! (y nosotros, mocos en él XD)
Como todavía nos quedaba toda la tarde por delante, Eider y yo decidimos alquilar una moto en busca de una playa remota y solitaria. Investigando descubrimos Marcilla Beach. Según Google Maps estaba a unos 40 min en moto, según el hombrecillo que nos la alquiló 1h. La realidad resultó ser 2 h por caminos de tierra, grava y socavones. Pero mereció la pena.
Estábamos completamente solos en la playa.
A las 8h del día siguiente nos encontramos con Alex y sus amigos para contratar un tour privado en barco. Acordamos precio con dos marineros y nos llevaron al mercado para comprar la que sería nuestra comida: pescado, verduras, arroz, fruta, cervezas… Con todo listo… ¡leven anclas!
El tour consistió en 4 paradas en lagunas, arrecifes y playas paradisíacas. Comida incluida, preparada por nuestra tripulación.
El tour privado sale un poco más caro que el estándar propio de las agencias. Sin embargo, creo merece la pena si se consigue formar un buen grupo de gente. Nosotros éramos 5, y nos salió a unos 28 EUR cada uno (barco, comida y tasas). Además, que te permite ir más a tu bola ya que decides dónde quieres ir y por cuánto tiempo.
Mi último día en Filipinas lo pasaría solo ya que Eider tenía que salir pronto al aeropuerto (concretamente a las 5 de la mañana). Como mi transporte al aeropuerto no me recogería hasta las 13h decidí levantarme con Eider y exprimir la mañana. ¡Y vaya si la exprimí! ¡A quien madruga Dios le ayuda! Alquilé de nuevo una moto y… ¡a explorar!