Ya ha pasado casi medio año desde que dejé Vietnam.
Aunque la vida en Madrid es fantástica, no puedo evitar mirar atrás y echar de menos tantas cosas…
- perderme en moto por las callejuelas de Saigón
- desayunar un plato de pho en la calle antes de trabajar
- darme un masaje relajante de 1h por un precio irrisorio
- salir de la oficina a las 14h con la mochila directo al aeropuerto para una escapada express de fin de semana
- tomar batidos de fruta recién exprimidos por menos de 1€
- observar a los vendedores ambulantes por las calles ofreciendo sus productos
- ver cómo la ciudad cambia y evoluciona cada semana…
He conocido gente increíble. Podrás encajar mejor o peor con ellos, pero cualquiera que se va a vivir al Sudeste Asiático tiene un espíritu aventurero, una mentalidad abierta e inquieta, y todo el mundo tiene una vida digna de contar: un chaval filipino proveniente de una familia pobre que actualmente vive en un piso de lujo y viaja constantemente a Los Ángeles buscando inversores para sus start-ups; un chico americano que llegó a ser agente de actores de Hollywood con solo 20 años, luego por temas personales cayó en desgracia y estuvo viviendo como vagabundo en la calle, y desde hace unos años vive feliz en Bali dando retiros espirituales de yoga; una pareja de ingleses que desde hace 5 años viven dando la vuelta en mundo como profesores de inglés y cuando se cansan de un país se van a otro (en Vietnam estuvieron 2 meses y como no les gustó, se fueron a Latinoamérica)…
Éstas son algunas de las experiencias de los expats (término utilizado para referirse a gente extranjera que se va a trabajar a otro país por un periodo medio-largo) pero también he tenido la oportunidad de compartir vivencias con gente local: una mujer de una aldea rural en Hue que me contaba en su casa de 10m2 cómo su mayor ilusión era que sus 3 hijos pudieran ir a estudiar al colegio; un chico de 19 años de Sapa que nunca había salido de su pueblo pero hablaba inglés fluido y organizaba tours por las montañas de su tierra natal… y tanta gente con la que me cruzaba cada día…
Salir de tu país es peligroso. Corres el riesgo de conocer otras culturas, gente diversa… y eso te abre la mente, te obliga a replantearte cosas y entender que no todo el mundo actúa igual que tú, cosas que tu entiendes por normales allí no lo son, y viceversa. Te hace ser más tolerante, más flexible y te ayuda a apreciar la riqueza y diversidad de la raza humana.
Dicen que el síndrome post-expat es algo natural y que a todo el mundo se le acaba pasando. A mí me vienen muchas veces ganas de regresar. También es cierto que desde España idealizo muchas cosas de allá y que me fui en la cresta de la ola. Amigos de allí que se han quedado más tiempo, dicen que al cabo de un año mucha gente se satura. No sé cuándo se me pasará la morriña asiática… me imagino que siempre estará ahí, aunque se irá suavizando. Quién sabe… no descarto volver. ¡Por ahora me quedo con todo lo positivo y unos recuerdos maravillosos!