¡Nos vamos de festival!

En Ho Chi Minh no hay muchos espectáculos musicales. La mayoría de los conciertos de Sudeste Asiático se celebran en Hong-Kong, Bangkok o Singapur, pero casi ningún artista internacional llega hasta Vietnam. Por eso, cuando vimos que íbamos a tener un festival de música electrónica en la ciudad, no lo dudamos dos veces y Marga, Gon, Gabi y yo compramos las entradas de la misma.

Ravolution. Ese es el nombre del festival al que fuimos. ¿Artistas? Steve Angello, Marlo, Fedde le Grand … djs supuestamente muy populares a nivel mundial, aunque mi cultura musical es tan limitada que sólo me permite conocer ligeramente algunos de ellos. En cualquier caso, la fiesta estaba asegurada.

          

 

Teníamos entradas para ambos días. Aunque el festival empezaba a las 3 de la tarde, los mejores artistas eran los últimos, así que decidimos ir al final. Además, estar de 3 a 12 de la noche dando botes, con el calor hochiminense, es un deporte de alto riesgo. Así que hasta las 9 de la noche del viernes no nos presentamos en el recinto. El festival se celebraba en el distrito 2, en una explanada cerca de nuestra casa, a unos 15 minutos en taxi. De hecho, desde nuestros apartamentos se podía ver la iluminación y oír la música. Una vez allí, ¡al lío! (¡Ah! Tengo que decir que habíamos conseguido convencer a Zhenying, la compi de piso china de Gon y Gabi, para que nos acompañara así que éramos un buen grupete). En menos de 5 minutos ya nos encontrábamos en primera fila. Marga y yo íbamos ondeando nuestras sendas banderas de España e igualmente nos habíamos pintado la bandera en la cara (¡gracias Zhenying por tus dotes pictóricas con la barra de labios y el thanaka birmano!).

Lo que más me gustó del festival es que había gente, pero no estaba llenísimo, de modo que casi no pudieras moverte. Al contrario, tenías bastante espacio para saltar, bailar, mover los brazos… y nada de empujones ni gente apretada. De hecho, los vietnamitas se hacían a un lado para dejarte pasar. Y la gente no se agolpaba delante del escenario. Así que ahí estábamos nosotros, en primerísima fila, dándolo todo.

Algo curioso del festival fue la puntualidad germana entre una y otra actuación. Si a las 22,30 estaba previsto que entrara un nuevo artista, a las 22,28 ya estaba saliendo uno, y a las 22,30 entraba el siguiente. Y lo mismo para el final, a las 0,00 se apagaba la música y adiós muy buenas. Nada de «¡Ooootraaaa, ooootraaa!». Todo el mundo a su casa.

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